En la naturaleza algunos seres vivos se asocian para obtener beneficios comunes. A este curioso fenómeno natural se le conoce con el nombre de mutualismo. Es el caso, por ejemplo, de los líquenes, que no son sino una asociación de un alga con un hongo, que juntos se comportan y reproducen como una planta única e independiente. El hongo se encarga de proteger al alga de las radiaciones directas del sol y le brinda agua y sales minerales. El alga, por su parte, realiza la fotosíntesis y proporciona al hongo alimento y vitaminas.
Los líquenes tienen una alta tolerancia a circunstancias ambientales desfavorables. En momentos de desecación, ya sea por el sol o por el viento, suspenden su actividad, la cual inician nuevamente al recobrar el agua por medio de la lluvia o del rocío. Esta forma de vida intermitente limita su crecimiento, pero les permite vivir en lugares donde difícilmente podría desarrollarse una planta. La falta de competencia y la ausencia casi total de depredadores ha compensado su lento crecimiento, permitiendo a los líquenes diversificarse y colonizar diversos territorios en el planeta.
La naturaleza del sustrato determina la distribución y crecimiento de los líquenes. Se puede afirmar que crecen sobre cualquier superficie bien iluminada, como las rocas, las cortezas de los árboles o el suelo. Aunque no son exigentes con la humedad y la temperatura sí son muy específicos del sustrato en que se desarrollan. Los líquenes que crecen sobre los árboles no son los mismos que viven sobre las rocas y aún son distintos aquellos que crecen sobre rocas silíceas o sobre rocas calcáreas.
Hay líquenes que prefieren sustratos ricos en nitrógeno y viven en áreas frecuentadas por el hombre. La capacidad de absorber y acumular diversas sustancias presentes en el ambiente ocasiona que la mayoría de los líquenes no toleren la contaminación. La acumulación de estas sustancias y su imposibilidad de excretarlas, retardan su crecimiento, dificultan su reproducción y pueden provocarles su muerte. De esta forma los líquenes se consideran indicadores naturales o bioindicadores de la contaminación atmosférica.
Foto: Mónica Martínez
Fuente: Durán y Pascual (1997). Los hongos, algas y líquenes.
Los líquenes tienen una alta tolerancia a circunstancias ambientales desfavorables. En momentos de desecación, ya sea por el sol o por el viento, suspenden su actividad, la cual inician nuevamente al recobrar el agua por medio de la lluvia o del rocío. Esta forma de vida intermitente limita su crecimiento, pero les permite vivir en lugares donde difícilmente podría desarrollarse una planta. La falta de competencia y la ausencia casi total de depredadores ha compensado su lento crecimiento, permitiendo a los líquenes diversificarse y colonizar diversos territorios en el planeta.
La naturaleza del sustrato determina la distribución y crecimiento de los líquenes. Se puede afirmar que crecen sobre cualquier superficie bien iluminada, como las rocas, las cortezas de los árboles o el suelo. Aunque no son exigentes con la humedad y la temperatura sí son muy específicos del sustrato en que se desarrollan. Los líquenes que crecen sobre los árboles no son los mismos que viven sobre las rocas y aún son distintos aquellos que crecen sobre rocas silíceas o sobre rocas calcáreas.
Hay líquenes que prefieren sustratos ricos en nitrógeno y viven en áreas frecuentadas por el hombre. La capacidad de absorber y acumular diversas sustancias presentes en el ambiente ocasiona que la mayoría de los líquenes no toleren la contaminación. La acumulación de estas sustancias y su imposibilidad de excretarlas, retardan su crecimiento, dificultan su reproducción y pueden provocarles su muerte. De esta forma los líquenes se consideran indicadores naturales o bioindicadores de la contaminación atmosférica.
Foto: Mónica Martínez
Fuente: Durán y Pascual (1997). Los hongos, algas y líquenes.
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